Recuerdo cuando mi abuelo metía el abanico al baño antes de ducharse:
él tenía siempre el mismo lugar
en la mesa.
Recuerdo cuando mi nana maldecía y reía con los mismos dientes chimuelos:
el sofá con estampados campiranos,
las 104 figurillas de cerámica alrededor del televisor,
el patio, mi segunda casa,
con aroma a comal y a café,
con aroma a 5 minutos de Raleigh.
Me acuerdo cuando pisteábamos agua
en los envases vacíos de cristal,
cuando queríamos ser grandes,
ayer, debajo de ese guamúchil
donde no existía la gravedad.
Recuerdo cuando me preguntaba:
por qué el cielo es azul
de que están hecho los espejos
si dios existe.
si dios existe.
Recuerdo cuando creía que las pestañas concedían deseos,
que los superhéroes existían y se llaman papá,
que las madres no morían,
que los adultos lo sabían todo,
que la televisión no mentía,
que las mujeres se iban de blanco,
y con las piernas cerradas.
Ayer, debajo de ese guamúchil
cuando creía
que la vida perdonaba
y que el amor,
y que el amor,
el amor era para siempre…
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