a él, el mar.
Sentada con las
piernas cruzadas, recuerdo la humedad de sus labios sobre mi cuello, me paseo los dedos por la boca y bailo un poco en mi asiento.
Miles Davis musicaliza mi encuentro erótico
con el recuerdo, saboreo mi lengua mientras revivo las ganas que tuve de
arrancarle el labio inferior, pero que
por prudencia deje escapar.
Abro los ojos y mi labio se queja, mañana,
quizás, se hinche un poco, vuelvo a lo otro, y en un
flash, estoy yo, filosofando de no sé qué pendejada, cuando sin avisar, sus
manos jugaron al arado en mi cabello, el tema se evaporo, y yo sólo pude poner mi cara sonriente, de
idiota, de limeranza.
Mi mano encuentra mi muslo y lo aprieta, lo
exprime como quien busca líquido, el viento del abanico interpreta el papel de su aliento,
cruzo más las piernas…
Sonrió / me sonrió / me
sonrojo / me derrito.
Tomo mi antebrazo
y lo muerdo, me muerdo hasta catar de mi piel lo que a traguitos he conocido
del sabor de su boca, me muerdo como
quien se reconoce en la carne, me muerdo con hambre de ganas,
tocan la puerta
mi brazo
sangra
y yo…
Llevo en la boca la marca del diablo.
“Cuando el diablo está satisfecho, es una buena persona.”
Jonathan Swift
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